Diario de un hombre superfluo (fragmento)Ivan Turgenev
Diario de un hombre superfluo (fragmento)

"Mi infancia fue triste y sombría. Tanto mi padre como mi madre me querían, pero eso no me hacía la vida más agradable. Mi padre, entregado por entero a un vicio degradante y ruinoso, no ejercía ningún poder ni autoridad en su propia casa. Consciente de su abyección e incapaz de renunciar a la pasión que le dominaba, trataba al menos de merecer la indulgencia de su esposa ejemplar, haciendo gala en todo momento de una actitud afable y modesta y de una fingida humildad. En verdad, mi madre sobrellevaba su desgracia con esa indulgencia grandilocuente y ostentosa de la virtud, en la que tanto había de suficiencia y orgullo. Jamás le hacía a mi padre el menor reproche, le entregaba sin rechistar hasta el último céntimo y pagaba sus deudas. Él la ponía por las nubes en toda ocasión, ya estuviera ella presente o no, pero no le gustaba quedarse en casa, y cuando me acariciaba lo hacía con cierta prevención, como si temiese que el simple tacto de su mano pudiera contagiarme. Pero en tales ocasiones sus rasgos alterados expresaban tal bondad, la sonrisilla febril que asomaba a sus labios se volvía tan conmovedora y sus ojos castaños, rodeados de finas arrugas, centelleaban con tanto amor que yo involuntariamente apretaba mi mejilla contra la suya, húmeda y tibia de lágrimas. Secaba esas lágrimas con mi pañuelo, pero éstas volvían a brotar sin esfuerzo, igual que se desborda el agua de un vaso demasiado lleno. Al final yo mismo me echaba a llorar, y él me consolaba, me acariciaba la espalda y me daba besos por toda la cara con sus labios temblorosos. Incluso ahora, más de veinte años después de su muerte, cuando me acuerdo de mi pobre padre, mudos sollozos me vienen a la garganta, y mi corazón late con tanta fuerza y amargura, se embarga de una compasión tan dolorosa, que uno podría pensar que aún le quedan muchos años para seguir latiendo y compadeciéndose. "


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