El azul del cielo (fragmento)Georges Bataille
El azul del cielo (fragmento)

"Ella pareció feliz, loca de alegría y sin embargo, loca de inquietud. En su turbación se puso de rodillas cerca de mi cama y me besó en la frente; yo introduje mi mano entre sus piernas por debajo de la falda… No me sentía menos agotado, pero ya no sufría. Llamaron a la puerta y la vieja sirvienta entró sin esperar respuesta: Xénie se puso en pie lo más de prisa que pudo. Fingió mirar un cuadro, tenía el aspecto de una loca, de una idiota, incluso. La sirvienta también pareció una idiota: traía el termómetro y una taza de caldo. Yo me sentía deprimido por la estupidez de la vieja, sumido de nuevo en la postración. Durante el instante anterior, los muslos desnudos de Xénie eran un frescor en mi mano; ahora todo vacilaba. Hasta mi memoria vacilaba: la realidad estaba rota en pedazos. Nada me quedaba salvo la fiebre, en mí la fiebre consumía la vida. Yo mismo introduje el termómetro, sin tener el valor de pedirle a Xénie que se volviese. La vieja se había ido. Estúpidamente Xénie me vio hurgar debajo de las mantas, hasta el momento en que el termómetro entró. Yo creo que la desdichada tuvo ganas de reír al mirarme, pero las ganas de reír acabaron de torturarla. Adoptó un aire de desconcierto: permanecía frente a mí, de pie, descompuesta, despeinada, completamente roja; la turbación sexual también se leía en su rostro.
Me había subido la fiebre desde el día anterior. Me daba igual. Sonreía, pero, visiblemente, mi sonrisa era malévola. Era tan penoso incluso de ver, que la otra, cerca de mí, ya no sabía qué cara poner. A su vez, acudió mi suegra para saber qué fiebre tenía: le conté sin responder que Xénie, a la que conocía desde hacía tiempo, se quedaría allí para cuidar de mí. Podía acostarse en la habitación de Edith si así lo deseaba. Lo dije con asco y al punto me puse de nuevo a sonreír malignamente, mirando a las dos mujeres. "



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