La dama orgullosa (fragmento)Karen Blixen
La dama orgullosa (fragmento)

"Tres días después, madame quitó el cerrojo de mi puerta, y me dijo que fuera a Namur, donde estaba su hija, pues suponía que yo ya estaría curada de mi locura, y mademoiselle necesitaba a alguien de su tierra a su lado. Me proporcionó todo lo que necesitaba e hizo que un lacayo viajara conmigo hasta Namur. Esto resultó muy conveniente, pues yo me sentía muy confusa al ver de nuevo a mi alrededor los rostros de la gente y al oírles hablar. Mademoiselle Angélique vivía con su hija en una casita de Namur, con muy poco dinero. Ya veis, ciudadano, cuán provechoso resultó para mí aprender a tejer tapices en la torre, pues esto me permitió mantenerlas.
Fui feliz en Namur. A veces me partía el corazón pensar en los maestros de danza, los maestros de equitación y los maestros de música que mi demoiselle había tenido cuando niña; y ver que su propia hija no tenía quien le enseñara nada, aparte de su pobre y joven madre. Pero por lo general estaba demasiado ocupada para pensar en estas cosas.
Mucho después mi tía me contó que, al morir su yerno, madame experimentó un gran cambio. De algún modo, una vez desaparecido él, madame se reconcilió con la situación, y concibió ciertas esperanzas. Mi tía creía que ella tal vez pensó que, después de todo, su nieta llevaba su misma sangre. Entonces ideó un plan.
Cuando su presunta novia huyó con su amante, el joven conde de Germont se casó con una joven de alto linaje. En el primer año de matrimonio tuvieron un hijo. Entonces, madame comenzó a imaginar que el matrimonio que antes había preparado para su hija aún podía realizarse en la segunda generación, la de su nieta. Pero ella necesitaría una dote mucho mayor para compensar la falta de nobleza de su padre. A partir de ese momento cesó de viajar y de jugar y se dedicó a acumular dinero. Mi tía me contó que de un día para otro se transformó en una anciana; dejó de preocuparse por su aspecto, no se encargó más vestidos y prácticamente no salía de su heredad. Todas las historias sobre su avidez y avaricia datan de esa época. Fue entonces cuando quitaba la comida de la boca a su servidumbre, y ella se sentaba en el gran comedor y se servía los platos más vulgares. Mi tía decía que hacía todo esto por esa niña a la cual nunca había visto y cuyo padre, al morirse, le había dado una alegría. Desde la época del matrimonio de mademoiselle Angélique hasta la muerte de su esposo, nunca mencionó a su hija. Se carteaba con el conde de Germont sobre el asunto. También solía hablar del niño, el novio de su nieta, y calculaba si la dote sería lo suficientemente grande como para satisfacerlo. Todo esto me lo contó mi tía cuando volvimos a encontrarnos.
Yo no podría haberme enterado de estas cosas en nuestra pequeña casa de Namur. Pero resulta muy extraño, ciudadano, que mi joven señora, a pesar de estar tan lejos de su madre, de que no se carteaban ni oía hablar de ella, parecía estar enterada de todo. No mencionaba el nombre de su madre, al igual que madame no mencionaba el suyo, pero a veces suspiraba profundamente y me decía... “Marie-Marthe, mi buena Marie-Marthe, alguien está pensando en nosotras. Alguien está pensando en mi niña.” En cierta ocasión me dijo: “Durante trescientos años, hasta el nacimiento de mi primer hijo, ninguna criatura que llevara mi apellido nació fruto del amor. Y mis dos hijos murieron”. Otra vez me dijo entre suspiros: “Mi buena Marie-Marthe, mira cómo cada día se vuelve más pálida y frágil, parece que alguien esté extrayendo la sangre Kerjean de las venas de mi niña”. Es por eso, ciudadano, que os rogué que no dijerais que querías sacar la sangre de los Perrenot de ella. Pues de ser así, ¿Qué le quedaría a la pobre muchacha? "



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