El enigma (fragmento)Josefina Aldecoa
El enigma (fragmento)

"Las tardes todavía eran calurosas a finales de agosto. Teresa ordenó sus papeles y apagó el ordenador. Durante unos minutos hojeó el texto impreso momentos antes y alcanzó la carpeta que reposaba sobre un archivador para guardar en ella las hojas. «Thank God it’s Friday», se dijo. Y sonrió para sí misma. La vieja costumbre de la revista, «gracias a Dios es viernes». Y la alegría de la despedida, el intercambio de informaciones sobre los planes del fin de semana. Los ordenadores, los papeles, las pruebas de imprenta, todo en reposo durante cuarenta y ocho horas. Por un momento, Teresa sufrió un breve ataque de nostalgia. ¿Había acertado con esta huida? ¿Sería de verdad una solución este regreso a unos años atrás cuando su padre vivía aquí y trabajaba en la Universidad y ella era una estudiante sin otra responsabilidad que aprobar cursos y elegir temas para sus trabajos universitarios, pasar horas en la Biblioteca de la Universidad, asistir a las fiestas de fin de semana con los amigos de entonces? Nueva York había significado tanto para ella. Allí habían vivido los primeros años, cuando sus padres decidieron emigrar en busca de un lugar en el mundo que les permitiera vivir en libertad, que les abriera horizontes a los tres, al padre, a la madre y a la niña que ella era. Recordaba siempre el deslumbramiento que les produjo la gran ciudad, adivinada, anticipada en las películas que llegaban a aquella España triste y aislada de la posguerra. El padre, ignorado en los medios universitarios, dando clases en academias de bachillerato, corrigiendo galeradas para editoriales modestas, trabajando en tesis doctorales para otros que pagaban muy bien, en aquella época.
Teresa recordaba aquel exilio elegido, propiciado desesperadamente a través de amigos republicanos, que ya estaban instalados en distintos países de América. Toda aquella vieja historia quedaba atrás, archivada en su memoria. Lo reciente era el abandono de su trabajo, de su apartamento, de su vida neoyorquina que colmaba tantos deseos y esperanzas. La huida, dejando atrás un matrimonio fracasado. El disgusto del padre y de Beatrice, la mujer que había ocupado el lugar de su madre al morir ésta y que había sido la más generosa de las madrastras.
Tenía que cortar el remolino obsesivo de dudas, preguntas, contradicciones. De una cosa estaba segura: nunca, por nada del mundo regresaría a aquella etapa que precedió a la ruptura. Jamás, aquel periodo de presiones de los que la rodeaban, de temor a dar un paso equivocado. Finalmente había conquistado la paz en este oasis universitario donde había recuperado el aroma de su adolescencia. Cuando el primer trabajo serio de su padre les había permitido instalarse en esta vieja casa, en este antiguo granero que un arquitecto había convertido en un hogar confortable y sofisticado.
El sol se retiraba hacia el oeste sobre los árboles frondosos y cobrizos del bosque. Brillaba con fuerza porque aún el verano se resistía a desaparecer y el aire seco se convertía en una ligera brisa a esa hora de la tarde. Teresa consultó el reloj y comprobó que su divagación había durado demasiado. Tenía el tiempo justo para darse un baño, vestirse y disponerse a asistir al cóctel de John Bernard, el chairman del Departamento de Español. Un cóctel para festejar el comienzo cercano del cuatrimestre escolar. Y también para dar la bienvenida a un profesor invitado que había llegado de Madrid días antes. "



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