Los bienes de este mundo (fragmento)Irene Nemirovsky
Los bienes de este mundo (fragmento)

"Las mujeres estaban sentadas en la arena como en sillas de un salón, con el busto erguido y la falda cubriéndoles los tobillos. Cuando, agitadas por el viento, las resecas briznas de hierba les rozaban las pantorrillas, juntaban castamente las piernas. Llevaban largos vestidos negros y cuellos de lencería almidonados y armados con ballenas, que les apretaban y les hacían volver la cabeza a derecha e izquierda con bruscas sacudidas, como gallinas que picotearan una lombriz. De vez en cuando, la luz del faro descubría sobre sus sombreros todo un arriate de flores de gasa y terciopelo que temblaban sobre sus tallos de alambre. Aquí y allá se veía una gaviota de puntiagudo pico disecada en lo alto de un canotier, como dictaba la última moda, la sensación de la temporada, aunque había quien lo encontraba un poco atrevido. Aquel pájaro con las alas extendidas y los redondos ojillos de cristal resultaba un tanto aparatoso, pensaba la madre de Pierre mirando a la madre de Agnès y comparando el sombrero de su vecina, adornado con plumas grises, con el suyo, salpicado de margaritas. Pero la madre de Agnès era parisina. Había matices que no percibía ni comprendía.
No obstante, parecía deseosa de agradar. Decía: «Sí, opino lo mismo», «Yo también lo creo». Sin embargo, su humildad tampoco inspiraba confianza. Se sabía que antes de casarse Gabrielle Florent había tenido que trabajar para vivir. Ella misma admitía que había dado lecciones de canto. Tal vez. Pero una profesora de canto bien podía haberse codeado con actrices. Pese a todo, en Saint-Elme la recibían en todas las casas, porque de su conducta actual nada podía reprochársele. La recibían, aunque sin bajar la guardia.
Para Agnès, para su porvenir, habría sido mejor una acusación concreta acerca del pasado de su madre que aquellas vagas sospechas, aquellos cuchicheos a su paso, aquellos meneos de cabeza, aquellos murmullos. «¿Tienen familia en París? Me parece que en su juventud madame Florent no era nada fina. Su hija no encontrará marido fácilmente. Yo no la veo casada. ¿Y usted?» El señor Florent había muerto hacía tres años, y sorprendía que la viuda se hubiera quedado en Saint-Elme. «No debe de tener más familia», comentaba la gente de Saint-Elme con malevolencia, pues la carencia de parentela abundante se les antojaba sospechosa. «Ella cuenta que perdió a todos los suyos»; pero ésa no era una excusa: una buena familia burguesa debía ser lo bastante grande y resistente como para hacer frente a la muerte. "



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