El padre (fragmento)Edward St Aubyn
El padre (fragmento)

"Pasos. Demasiado asociativo. Demasiado acelerado. Sedación. Escalpelo. Patrick alargó una mano. Claramente, la anestesia primero, ¿verdad, doctor?
Claramente: el adverbio de un hombre sin argumentos. El escalpelo primero y la anestesia después. El método del doctor Muerte. Sabes que tiene sentido.
¿A quién se le había ocurrido alojarlo en la planta treinta y nueve? ¿Qué intentaba? ¿Volverlo loco? Esconderse debajo del sofá. Tenía que esconderse debajo del sofá.
Allí nadie me encontrará. ¿Y si nadie me encuentra? ¿Y si me encuentran?
Patrick entró precipitadamente en la habitación, soltó la bolsa de papel y se lanzó al suelo. Rodó hacia el sofá, se colocó de espaldas e intentó colarse por debajo del faldón del sofá.
¿Qué estaba haciendo? Volverse loco. Ya no cabía debajo del sofá. Era demasiado grande. Uno ochenta y nueve. Ya no era un niño.
A la mierda. Levantó el sofá y trató de meterse debajo, apoyándose el mueble en el pecho.
Y se quedó allí con el abrigo y el parche puestos, con el sofá tapándole hasta el cuello como un ataúd fabricado para un hombre más pequeño.
Doctor Muerte: «Es justo la clase de episodio que confiábamos en poder evitar. Escalpelo. Anestesia». Patrick alargó la mano.
Otra vez no. Rápido, rápido, un chute de jaco. Las cápsulas de speed debían de estar disolviéndose en el estómago. Había una explicación para cada cosa.
–No hay loquero en el mundo que no te aceptase gratis –suspiró con la voz de una matrona de hospital cariñosa pero falsa mientras salía retorciéndose de debajo del sofá y se arrodillaba despacio.
Se deshizo del abrigo, arrugado y cubierto de pelusas, y gateó hacia la caja de cenizas, vigilándola por si saltaba.
¿Cómo podía meterse en la caja? Meterse en la caja, sacar las cenizas y tirarlas al váter. ¿Qué mejor lugar de reposo para su padre que una cloaca neoyorquina, entre fauna albina y toneladas de mierda?
Examinó la madera de cedro biselada en busca de un hueco o un tornillo que le permitiera abrir la caja, pero solo encontró una fina placa dorada dentro de una minúscula bolsa de plástico pegada con cinta adhesiva a la base perfectamente lisa.
Enfadado y frustrado, Patrick se levantó de un brinco y saltó encima de la caja. La madera era más resistente de lo que había creído y soportó el ataque sin ni siquiera crujir. ¿Podía pedir una motosierra al servicio de habitaciones? No recordaba que apareciera en el menú.
¿Arrojarla por la ventana y verla reventarse contra el suelo? Probablemente mataría a alguien y no le haría ni un rasguño a la caja.
En un último esfuerzo, Patrick pateó la caja inexpugnable por el suelo, donde chocó con la papelera metálica con un ruido hueco y se paró.
Con una eficiencia y rapidez admirables, Patrick se preparó y se administró una inyección de heroína. Se le cerraron los párpados. Y se le abrieron a medias, fríos e inertes.
Ojalá pudiera ser siempre así, conseguir la calma del efecto inicial. Pero incluso en esa voluptuosa tranquilidad caribeña había demasiados árboles partidos y tejados arrancados para relajarse. Siempre había una discusión que ganar o una sensación a la que resistirse. Echó un vistazo a la caja. Obsérvalo todo. Piensa siempre por ti mismo. Nunca permitas que los demás decidan por ti.
Patrick se rascó con pereza. Bueno, al menos no le importaba demasiado. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com