Niveles de vida (fragmento)Julian Barnes
Niveles de vida (fragmento)

"No intentó restablecer el contacto con Madame Sarah. Cuando ella fue a Londres él encontró un motivo para ausentarse de la ciudad. Al cabo de un tiempo llegó a ser capaz de leer serenamente las reseñas sobre el último triunfo de Sarah. En general, podía rememorar todo el asunto como un hombre racional, recordarlo como algo que había sucedido, que no era culpa de nadie, que no entrañaba crueldad sino sólo un malentendido. Pero no siempre reunía tanta calma ni aceptaba estas explicaciones. Y entonces se consideraba el animal más estúpido de todos. Se sentía como la boa constrictor que se había aficionado a comer almohadones de sofá hasta que Madame Sarah la mató de un tiro con su propia mano. Se sentía así, abatido de un disparo.
Pero se casaría, a la avanzada edad de treinta y siete años. Ella se llamaba Elizabeth HawkinsWhitshed y era hija de un baronet irlandés. Ahora bien, si buscaba o esperaba una pauta, le fue denegada de nuevo. Después de la boda, la novia contrajo tisis y trasladaron a un sanatorio suizo su luna de miel en el Norte de África. Once meses después, Elizabeth obsequió a Fred con un hijo, pero estuvo confinada en los Altos Alpes durante gran parte de su vida. El capitán Fred, ahora comandante y posteriormente coronel Fred, reanudó sus viajes y escaramuzas.
Y también su pasión por los globos. En 1882 despegó de la fábrica de gas de Dover rumbo a Francia. Al sobrevolar el Canal de la Mancha pensó inevitablemente en Madame Sarah. Estaba haciendo el viaje que siempre se había prometido hacer, pero ahora no viajaba hacia ella, como Sarah coquetamente le había propuesto. Aunque nunca había contado a nadie la relación que habían mantenido, algunos la sospechaban y, de vez en cuando –tras una partida de cartas en Pratt’s, seguida por una cena tardía de beicon, huevos y cerveza–, alguien le asestaba un codazo alusivo. Pero él nunca picaba el anzuelo. Ahora, suspendido en el cielo, en sus oídos sólo oía la voz de ella. Mon cher capitaine Fred. Todavía le dolía, al cabo de tantos años. Impetuosamente, encendió un puro. Fue un acto insensato, pero en aquel momento le tenía sin cuidado que explotara su vida entera. Su pensamiento se remontó a la rue Fortuny, a los ojos de Sarah, de un azul transparente, a su cabello como una zarza ardiente; a su gran lecho de bejuco. Luego recobró la cordura, arrojó algún lastre y ganó altura con la esperanza de pillar una brisa norte.
Cuando aterrizó cerca del Château de Montigny, los franceses se mostraron tan hospitalarios como siempre. Ni siquiera les importaron las pullas sobre la superioridad del sistema político británico. Se limitaron a alimentarle un poco más y le animaron a fumarse otro puro en las condiciones mucho más seguras que ofrecía el fuego del hogar. "



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