Billy Budd (fragmento) "La vida en la cofa del trinquete concordaba con Billy Budd. Allí cuando efectivamente no estaban atareados en las vergas o aun más arriba, en la arboladura, los encargados de las cofas que habían sido elegidos por su juventud y dinamismo constituían una especie de club aéreo, repantigados contra las espléndidas velas enrolladas cual cojines, contando cuentos, como dioses haraganes, muchas veces divirtiéndose con lo que transcurría en el febril mundo de las cubiertas. No es de extrañarse entonces que un sujeto joven de la disposición de Billy estuviera tan a gusto con tamaña compañía. Sin ofender jamás a nadie, estaba siempre alerta a cualquier orden, del mismo modo que se había comportado siempre en los buques mercantes. Pero tal puntillosidad en el deber dio motivo para que sus camaradas de altura se burlaran sanamente de él. Esta exacerbada presteza tenía su causa, principalmente, en la impresión que le había hecho el primer castigo formal que presenció en la plancha del día que siguió al de su leva. Había incurrido en falta un jovencito centinela de popa, un novicio, que se había ausentado de su puesto cuando el navío estaba cambiando de rumbo, abandono que significó un contratiempo bastante grave en la maniobra que requiere una rapidez instantánea en soltar y amarrar. Cuando Billy vio la espalda desnuda del reo bajo el azote, entrecruzada con costurones rojos; y lo que es peor, cuando él advirtió la horrenda expresión en la cara del hombre liberado junto con la camiseta de lana echada encima de sí por el verdugo, se precipitó desde el lugar donde estaba para esconderse entre la turba: Billy estaba horrorizado. Se prometió a sí mismo que nunca, por desidia, se haría acreedor a tamaña gracia o haría u omitiría nada que mereciera siquiera una simple reprobación verbal. Cuál no fue su sorpresa y preocupación cuando finalmente y de manera ocasional, se vio enredado en pequeñas dificultades por tonterías tales como el arreglo de su bolso o algo fuera de lugar en su hamaca, cuestiones que caían bajo la jurisdicción de los corporales de las cubiertas inferiores y que le valieron una vaga amenaza por parte de uno de ellos. Tan cuidadoso en todo como era, ¿cómo podía sucederle esto? No podía entenderlo y ello lo angustiaba de sobremanera. Cuando habló sobre el tema con sus jóvenes compañeros de las alturas, éstos se mostraron ligeramente incrédulos o encontraron algo cómico en su inocultable ansiedad. -¿Se trata de tu bolsa, Billy? -le dijo uno de ellos-. Pues bien, cósete ahí dentro, muchacho, y entonces sabrás de seguro que nadie se meterá con ella. Ahora bien, había a bordo un veterano quien, debido a que sus años empezaban a descalificarlo para un trabajo más activo, había sido recientemente destinado al palo mayor durante su turno de guardia, velando por- los aparejos amarrados a la barandilla que rodeaba la gran verga cerca de cubierta. En los ratos libres el encargado de la cofa había trabado cierta amistad con él y ahora, en medio de su problema, se le ocurrió que podría ser el tipo de persona adecuada para acudir por un sabio consejo. Era un viejo danés naturalizado inglés en el servicio, de pocas palabras, muchas arrugas y algunas cicatrices honorables. Su cara marchita, transformada por el tiempo y las tormentas en una especie de pergamino, tenía aquí y allá unas manchitas azules causadas en batalla por una explosión casual de una carga. Era un hombre del Agamenón; unos dos años antes de la época de esta historia había servido bajo Nelson, a la sazón todavía capitán de ese barco inmortal en la memoria naval, el que desmantelado y en parte desguazado hasta sus costillas desnudas aparece como un gran esqueleto en el aguafuerte de Haden. Había formado parte del grupo de abordaje del Agamenón y en él había recibido un tajo que partía oblicuo de la sien hasta llegar a la mejilla, el que le había dejado una cicatriz pálida y larga como una faja de luz alboreal que cayera sobre el rostro oscuro. Era debido a esa cicatriz y a la acción en que la había recibido, así como por su cutis salpicado de pecas azules que el danés era conocido entre la tripulación del Bellipotent por el nombre de "Abórdalo en el humo". Ahora bien, la primera vez que sus pequeños ojos de comadreja se posaron en Billy Budd, una cierta alegría torva puso todas sus vetustas arrugas en bufonesca función. ¿Fue acaso porque aquella excéntrica y no sentimental vieja sapiencia suya, primitiva a su manera, vio o creyó ver algo que en contraste con el ambiente del navío resultaba extrañamente incongruente en el Marinero Apuesto? Pero después de estudiarlo ocultamente a intervalos, la vieja alegría equívoca de Merlin fue modificada, porque ahora, cuando el dueto se encontraba, en su cara se ponía en marcha una especie de mirada socarrona, pero era sin embargo sólo por un momento, y a veces reemplazada por una expresión de esa especulativa duda en que puede caer una naturaleza como ésa, inmersa en un mundo no exento de trampas y contra cuyas sutilezas el simple coraje, carente de experiencia y dirección -y sin ningún toque de defensiva fealdad- es de poca utilidad, y donde esa inocencia que el hombre es capaz de tener, en una emergencia moral, no siempre agudiza las facultades o ilumina la voluntad. " epdlp.com |