María Lionza (fragmento)Ida Gramcko
María Lionza (fragmento)

"Juana.- Tuve que hacerlo, Ignacia. No bastan ya ni el rezo ni el presente. La reina ni responde ni se sacia con velas, con perfumes o aguardiente. Perdí mi bienestar con mi ganado, se secaron las siembras, los conucos, y mi hija estaba pálida a mi lado virgen y verde como los bejucos. Después al hijo lo metieron preso, por algo que no sé, por algo injusto, y mi hija oscura, con su pelo espeso, alzaba al aire el pájaro del busto.
Ignacia.- ¿Y qué hiciste, por Dios?
Juana.- Llamé a los cielos con una extraña y loca jerigonza, hice oraciones y besé los suelos clamando, por piedad, a María Lionza.
Ignacia.- ¿Y no recuperaste lo perdido?
Juana.- No lo recuperé. Los charlatanes decían que siguiera sin sentido, y fui a los sacerdotes, los mojanes, y allí me echaron mirra en el oído e incienso y estoraque en los fustanes…
Ignacia.- ¿Y no te devolvieron lo perdido?
Juana.- ¡Nada, criatura! El negro sahumerio no respondió a mi sed ni a mis afanes, y entre las peticiones y el misterio soñaba con haciendas y con panes, con hijos libres de su cautiverio, y me quemaban ya los talismanes. Y mi hija estaba allí… virgen, bermeja, el pecho redondeado como un fruto, y entonces me chismearon en la oreja: ¡tu hija será tu último tributo!
Ignacia.- ¿Y entonces, qué?...
Juana.- Me cosquillaba el hambre en la cintura y el coyote y alcé a mi hija, virgen como estaba, y se la di completa al sacerdote. ¡Sí, se la di! ¿Qué quieres? ¡Una barbaridad, una blasfemia!¡Mas cuántas niñas no son ya mujeres porque los suyos se morían de anemia!
Ignacia.- Es espantoso lo que me refieres…
Juana.- ¿Por qué se la entregué? Nadie me premia. El hijo sigue ausente, encarcelado, los otros hijos lloran sin sustento; viéndola a ella, lo que le he quitado me causa horrores y remordimiento. El cuello se me va, se me desgonza, ando arrastrando su percal sangriento, pues nada me devuelve María Lionza. ¡La sangre pura le sirvió de ungüento!
Ignacia.- ¿Por qué no te quedaste en los conjuros? ¿Por qué tuviste que entregar la niña?
Juana.- Se ve que no has pasado por apuros, que nadie te hace mal ni te rapiña… ¡A lo hecho, pecho! Yo no me censuro, censuro a María Lionza, a su campiña; yo le pregunto si no hay bien seguro, si esto es un pacto o una rebatiña.
Ignacia.- Quizás la reina duerme entre sus muros, quizás esté muerta y no se recupere… hay dioses malos, débiles y oscuros… Puede que María Lionza degenere.
Juana.- ¡Y yo gasté mi pólvora en zamuros y mi hija se me pudre y se me muere! Voy a rezar con los dedos duros, con ese dedo varonil que hiere…
Ignacia.- ¿Insistes todavía en exorcismo?
Juana.- ¿Me seguirás?
Ignacia.- Con gusto, si te ayuda.
Juana.- Piensa en el santo día del bautismo, piensa en tu carne trémula y desnuda, piensa en el santo de tu catecismo y en una araña mórbida y peluda. Sí, porque al filo de la media noche cuando te cae un río del sobaco, sin una rebelión, sin un reproche te doblas y te fumas el tabaco. (Juana saca dos tabacos del bolsillo de su delantal o vestido, entrega uno a Ignacia, enciende los dos y ambas comienzan a fumar.)
Juana.- El humo hacia los puntos cardinales pidiéndole al espíritu y al guía que te lleve en sus alas fantasmales a la gran puerta de la cofradía.
Ignacia.- Miedo me das…
Juana.- Aplácate y escucha: intenta renunciar, adormecerte, vendrá el Poder, te cogerá sin lucha y ha de llevarte como un trapo inerte. Duérmete, Ignacia, y piensa en lo infinito, duerme conmigo y rompe tu medida, duerme que ya aparece Francisquito diciendo que mi vela está prendida. ¿No ves los aposentos, los umbrales?
IGNACIA.-No veo nada. "



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