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  : : : : : Renée Vivien - Pauline Mary Tarn : : : : :

  Renée Vivien


    - Pauline Mary Tarn -
    Gran Bretaña | 1877-1909
Vivien
  Seudónimo de Pauline Mary Tarn, poeta británica que escribió sus obras en francés. Nació en Londres y desde pequeña mostró su fuerte carácter. Bohemia, viajera, culta, era una mujer bastante inusual para la época victoriana y eduardiana que le tocó vivir. París se convirtió en su refugio para alcanzar su tan ansiada libertad. Se instaló en un piso burgués de la Avenida del Bois de Boulogne. Se mudó allí tras heredar la fortuna de su padre, tenía tan sólo veintiún años. Instalada en la ciudad cambió su nombre a Renée, haciendo referencia a su nuevo renacimiento. Su casa era un paraíso exótico, decorado con estatuillas y otras artesanías traídas de sus viajes a Oriente. El refugio en donde se hizo a sí misma. Su vida estuvo marcada por el amor, de una forma profunda y espiritual, a la vez que tóxica y extenuante. Esto la llevó a intentar suicidarse varias veces, a abusar del alcohol y a tener múltiples amantes para sobrellevar sus vacíos y penas. Tres fueron los grandes amores que transitaron por su vida, dejando huella en sus poemas y escritos. El primer amor y el más tormentoso, fue con Natalie Clifford Barney (1876-1972). Su relación comenzó a finales del año 1900, durando casi dos años. Las infidelidades constantes le causaban gran estrés y malestar. Pero resultaba que Natalie no concebía la monogamia, cosa que Vivien nunca comprendió. A pesar de ello, Natalie estaba loca por ella e intentó retomar la relación, escribiéndole poemas y enviándole flores, en vano. Cabe mencionar que Natalie gestionó uno de los hervideros intelectuales y artísticos más importantes de la época, El Salón Literario, que evidentemente frecuentaba Vivien. Al dejar su primer amor, se embarcó en el segundo con la baronesa Hélène de Zuylen (1863-1947), alrededor del año 1902. La baronesa estaba casada y tenía dos hijos fruto de su matrimonio. Ella era más equilibrada que Natalie, lo que brindó estabilidad a su romance. Duró unos cuantos años hasta que Vivien se topó con Kérimé Turkham Pasha (1874-1948), quien se convertiría en su último y tercer amor. Vivien recibió una misteriosa carta de una admiradora de Constantinopla, resultando ser Kérimé. Esto hizo que entre ellas se estableciera una apasionada correspondencia, seguida de varios encuentros amorosos. Años más tarde, en 1907, Kérimé la dejó repentinamente para casarse con un hombre. Esta abrupta decisión deprimió enormemente a Vivien haciendo que se sumiera en las letras, en el alcohol y en otras adicciones malsanas. Su poesía es destacable no solo por su contenido simbolista, sino por su estilo. Solía escribir en verso endecasílabo, pero sobre todo en prosa poética, lo que se acerca al verso libre. Su forma de expresar lo que sentía con ingeniosos recursos expresivos inspiró a otras escritoras del momento y posteriores. Su presencia en El Salón Literario hizo que sus poemas fueran conocidos. Solía participar en los recitales de poesía que se impartían allí, además de aportar en las tertulias filosóficas y literarias. En ese ferviente lugar, en plena noche, fue donde recibió el apodo de "la musa de las violetas", no solo por su obsesión por estas flores y su color, sino por el recuerdo que guardaba en ellas, de una amiga de su infancia y su primer amor inconsumado, Violet Shillito (1877-1901). Allí se exhibió como una nueva Safo a la luz de las estrellas. Vivien intentó suicidarse varias veces, fruto de sus angustias existenciales y amorosas. Una vez la encontraron tendida grácilmente en un sillón, sosteniendo en sus manos cercanas al corazón un ramillete de violetas. Intentó quitarse la vida con una sobredosis de láudano. Lamentablemente murió un año más tarde en 1909 a la edad de treinta y dos años. Se cree que pudo haber sufrido anorexia crónica, pero no hay certeza exacta, ya que en aquella época tales diagnósticos no existían. Todos sus escritos, incluso los no publicados, están escritos en francés. No solo París se convirtió en refugio de su verdadera identidad, sino también su lengua, el lenguaje de su corazón.  © Sofía Rodríguez

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